Aurora Bernárdez y los inéditos de Cortázar

“Cortázar escribía como improvisando jazz. No estaba sujeto a una disciplina, corregía poco, todo le salía naturalmente. Para él era como un juego fácil y divertido”, dijo en una oportunidad el ensayista y poeta argentino Saúl Yurkievich (1931-2005).

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En su testamento, Julio Cortázar (1914-1984) le confió a su gran amigo Yurkievich y a su mujer, Gladis Anchieri, su obra inédita para que la publicaran o la destruyeran, si así lo creían oportuno. A Yurkievich siempre le incomodó el rótulo “el albacea de Cortázar”, y se encargó de aclarar: “No, no, no… no soy el apoderado de las obras de Cortázar, sino su viuda, Aurora Bernárdez. En el testamento nos nombró a Gladis, mi mujer, y a mí para que decidamos juntos acerca de los inéditos. Como ‘albaceas literarios’ tenemos, por su voluntad, el derecho de conservar, editar o destruir lo que queramos. Así lo dice en el testamento. Pero nada destruimos. Habría que ser Dios para hacer una cosa así”. Lo que sí hicieron fue colaborar con Bernárdez -esposa de Cortázar entre 1953 y 1967- en el cuidado de los textos.

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Aurora Bernárdez es una reconocida traductora, especialidad en la que trabajó conjuntamente con Cortázar durante muchos años. Autores como Gustave Flaubert (1821-1880), Jean Paul Sartre (1905-1980), Simone de Beauvoir (1908-1986), Paul Bowles (1910-1999), Albert Camus (1913-1960) e Italo Calvino (1923-1985) entre otros, fueron traducidos por ella al castellano.

En un artículo publicado en el diario “La Nación” de Buenos Aires en julio de 1995, Bernárdez explicó que “la obra inédita de un autor publicada póstumamente tiene dos tipos de lector: el que lo ama tanto que quiere seguir leyéndolo, leer incluso lo que no publicó mientras vivía, y el que, sobre todo, aspira a entender lo mejor posible su recorrido litera­rio y en definitiva su vida, para lo cual todo inédito es bienvenido. El problema está en saber qué es de la obra que el autor no ha publi­cado, lo que es importante y lo que no lo es. En este plano, se puede decir que todo lo que el autor estimó ‘acaba­do’ y conservó no sólo merece sino que debe publicarse”.

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Dentro de esta categoría, Cortázar dejó un puñado de obras: “La otra orilla”, escrito entre 1942 y 1946, “Teoría del túnel” de 1947, “Divertimento” de 1949, “El examen” y “Diario de Andrés Fava”, ambas de 1950, e “Imagen de John Keats” escrito entre 1950 y 1951.

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“Encontré el manuscrito de ‘La otra orilla’ -recuerda Bernárdez- en una caja junto con los apuntes utilizados por Cortázar en los cursos que dictó en la Universidad de Cuyo. En estos cuentos en los que la escritura va buscándose para definirse, aparecen no pocos elementos de la temática cortazariana: la indeterminación de lo real, los deslizamientos en el espacio y en el tiempo, la idea del desdoblamiento de la personali­dad”.

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Con respecto a “Teoría del túnel”, Cortázar -dice su albacea- “analiza las tendencias que considera más importantes en la literatura de su tiempo: el surrealismo y el existencialismo. Pero lo intere­sante es que al mismo tiempo va anunciando su teoría de la novela, su opción por un lenguaje poético y a la vez antirretórico y una vi­sión de la literatura como una ten­tativa de aprehensión total de la realidad”. Esta teoría, que empezó a concretarse en “Divertimento” y “El examen”, culminó años des­pués en “Rayuela”.

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Continúa Bernárdez: “Las novelas ‘Divertimento’ y ‘El examen’ no se publicaron en su momento por falta de editor. Una casa presti­giosa rechazó el manuscrito del primero porque contenía muchas malas palabras y una dedicatoria que podía ofender a un conocido autor de literatura para niños. El manuscrito de ‘El examen’, además de ser rechazado porque no cabía en el programa bianual de otra no menos prestigiosa edito­rial, fue presentado a un concurso literario en el que pasó sin que ningún miembro del jurado lo ad­virtiera. No hubo, como inventó la fantasía de un periodista desaprensivo, ninguna razón política; Cortázar estaba por entonces muy lejos de cualquier militancia. Estas obras, junto con ‘Diario de Andrés Fava’ e ‘Imagen de John Keats’, muestran la extraordinaria capacidad de trabajo de Cortázar en ese momento. Cada una de ellas iba dejando atrás a las anteriores”.

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“A fines de los cincuenta -prosigue- la situa­ción había cambiado: Cortázar ha­bía escrito ‘Los premios’ que pre­sentó, junto con ‘El examen’, a Paco Porrúa, por entonces director lite­rario de Sudamericana. A la pregunta de Porrúa acerca de cuál de los dos debía aparecer primero, Cortázar optó, como era lógico (todo autor prefiere al recién na­cido), por ‘Los premios’. ‘Divertimento’ y ‘El examen’ quedaron defi­nitivamente relegados: Cortázar si­guió escribiendo y publicando otros libros y no volvió a pensar en aquellos primogénitos”.

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Según cuenta Bernárdez, en 1960 Cortázar hizo una gran limpieza de sus papeles para desechar todo aquello que no considerara valioso. Así, se deshizo de “Soliloquio”, su primera novela (de alrededor de 600 páginas que muchas veces lamentó haber destruido), pero conservó, en cambio, “El examen”, “Divertimento”, “Diario de Andrés Fava” e “Imagen de John Keats”. “En todas estas obras -dice Bernárdez- hay una visión de la vida, y de la literatura entendida como vida, además de un humor constante incluso en los momentos más dramáticos de la acción, que son también muy característicos de Cortázar”.

En cuanto a los textos teatrales de Cortázar, su viuda explica que “quieren ser juegos, divertimentos. Lo son por su lado extra­vagante, irreverente, tanto como su seriedad secreta, sin énfasis”. La pieza breve “Juego de palabras” (1948) contiene la fuerza reno­vadora y liberadora inspirada en la dramaturgia de Jean Cocteau (1889-1963), y “Tiempo de barrilete” (1950) coincide con la aparición del teatro del ab­surdo de Eugene lonesco (1912-1994) y Samuel Beckett (1906-1989). De los años 70 son “Nada a Pehuajó”, inscripto en la tradición del teatro del humor y del absurdo, y “Adiós, Robinson”, un texto radiofónico que puede calificarse de fábula anticolonialista.

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“En 1986 no dudé en publicar ‘Di­vertimento’ y ‘El Examen’ -cuenta Bernárdez-. La deci­sión me resultó más difícil cuando me enfrenté con el ‘Diario de An­drés Fava’, pues este texto formaba parte, en principio, de ‘El examen’. Es fácil imaginar por qué Cortázar no lo incorporó a la novela: dada su longitud y la importancia que a través del diario hubiera cobrado el personaje de Andrés Fava, se co­rría el riesgo de desequilibrar el li­bro”. “La publicación de ‘Imagen de John Keats’ -continúa- planteaba otro tipo de problema: el de su eventual revisión. El propio Cortázar lo dice en ‘La fascinación de las palabras’. Pero no podía negarse a los lec­tores el acceso a una obra que el autor califica de diálogo o carta, defendiéndose de haber escrito una biografía o un ensayo”.

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“En cuanto a las traducciones de las cartas y los poemas de Keats ci­tados en la obra -finaliza Bernárdez-, he tratado de ajustarlos ateniéndome al criterio de literalidad por el que optó el autor. Espero haber acercado los textos al lector en lo que a su sen­tido se refiere, ya que no a su forma”. “En las cartas se encuentra la verdadera biografía de Cortázar -dijo Yurkievich al diario “Clarin” en septiembre de 2003-. La correspondencia está ligada umbilicalmente al ser humano, que por otra parte era muy reservado. Escribía muchas cartas y quería responder todas las que recibía”.

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Al editarse toda la obra en su conjunto, se terminó de construir un perfil de Cortázar que muchos desconocían. Cortázar fue un gran intelectual y un gran crítico literario; sus obras completas descubren también su dimensión humana.

 

Escritores y política

En las cartas emerge su admiración por Carlos Fuentes y ‘La región más transparente’ (“Con usted hay que tirarse a fondo, devolver golpe por golpe la paliza que nos pega a los lectores con cada página”), Gabriel García Márquez y ‘Cien años de soledad’ (“En estos últimos años, no veo nada comparable a esa novela y a ‘Paradiso’ de Lezama Lima en nuestras tierras”) y Octavio Paz (“uno de los hombres más inteligentes que he conocido entre los poetas”).

Y a José Lezama Lima le escribe: “En estas islas a veces terribles en que vivimos metidos los sudamericanos (pues la Argentina, o México, son tan insulares como su Cuba) a veces es necesario venirse a vivir a Europa para descubrir por fin las voces hermanas”. Y Cortázar vuelca sus esfuerzos en ayudar a las voces no consagradas, como por ejemplo un joven Mario Vargas Llosa.

A lo largo de cientos de páginas también manifiesta sus desvelos políticos, entre ellos su acercamiento a La Habana. “… si ya no fuera demasiado viejo para estas cosas, y no amara tanto a París, me volvería a Cuba para acompañar la revolución hasta el final”, asevera en 1963.

Respecto de su patria, el escritor nacido accidentalmente en Bruselas en 1914 explica a mediados del 60: “Por ahora soy un argentino que anda lejos, que tiene que andar lejos para ver mejor“. O con tono más duro: “nada ha cambiado básicamente desde que me fui del país, como no sean los nombres de los jugadores de fútbol, los diputados nacionales y los precios de los trajes”.

 

por Guillermo Mayr
para El Jinete Insomne