¡Grande Maestro!

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El pasado 11 de septiembre se celebró el Día del Maestro, conmemorando el 122º aniversario del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, ex Presidente de la Nación de cuyo controvertido pensamiento preferimos no hablar. Pero mas allá de eso, es un día para celebrar y saludar a maestros y profesores (aunque el día de estos sea el 17 de septiembre) y agradecerles, a los que lo hacen de corazón, su esfuerzo por trabajar por algo tan noble como la educación, y por ende la libertad de los niños y adolescentes. Agradezcamos a aquellos que van a trabajar siempre, llueve o truene, que se preocupan por sus alumnos, que los conocen, saben de sus historias, sus vidas. Y los acompañan en su crecimiento. Y con motivo de este día, un amigo de la casa MOEV nos envió una producción especial, Banfileña, claro.

Se trata de Jorge Cocconi, a quien conociéramos el año pasado con “Figurita difícil“. El Mono, uno de los artistas MOEV más prolíficos nos invita a conocer su cuento “¡Grande Maestro!” dónde cuenta la historia de un banfileño que se fue a trabajar al sur, y una curiosa anécdota sobre el nombre de una calle. Te invitamos a disfrutarlo.

 

¡Grande Maestro!

–  ¿Que le vas a hacer? Nunca falta un sordo que arruina el concierto.  Le dijo un león a otro cuando el león sordo se morfó al violinista.

Y algo así debe haber pasado esa noche: porque si no, no se explica;  o alguien se habrá quedado con un vuelto. Todos sabían que en el primer piso de la sede vieja del Banfield se escolazaba por guita y no pasaba nada, cuando mucho,  se temía la visita de los mejicanos,  diría Gardella.

Pero esa noche, el Pelado llegó un poco mas tarde de lo que acostumbraba  a saludar y encontrarse con los muchachos.  Pero al rato llegaron unos tipos vestidos de azul y con celular.

Hoy día, cualquier boludito tiene celular, pero esos tenían uno tamaño furgón, sin ventanillas y con algún respiradero.  Así que se alzaron con toda la concurrencia en plan de miniturismo y concierto de piano a la Regional de Avellaneda de la Bonaerense;  Pelado incluído.

Como sabían que eran gallos de no cocinarse al primer hervor, los pusieron unas horas en remojo y juntos en la jaula, cosa que les permitió armar la contraofensiva y repartirse sus roles que simplemente consistían en decidir quienes se salvaban y quienes quedaban pegados;  algunos tenían premura por acudir el lunes al laburo.

La gilada lo llama “códigos”, pero en realidad son simples actitudes humanas de carácter y sentimientos que hacen que los clanes urbanos sigan con vida.  A la hora de declarar, primero mandaron lo más presentable que tenían: o sea, el Pelado.

Después de las preguntas de rigor como nombre, edad, domicilio, vino la que origina esta crónica:

– ¿Ocupación?.

–  Maestro.

– ¿Maestro?.  Y te alzaron en una timba.  Che Negro, vení que esto se pone interesante. -Lo llamó el escribiente a un Oficial.

–  ¿Así que sos maestro?.

–  Yo no estaba jugando, señor.

–  O sea que estaban jugando.

–  Si, al truco,  se entretenían.

–  ¿Y por plata?.

–  No,  por la vuelta de lo que chupaban.

–  ¿Y donde sós maestro?.

–  En el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús.

–  ¡No! Te fuiste a la mierda pibe.  ¡Que buen ejemplo para los chicos¡.  Dijo el escribiente.

–  Boludo, a este muchacho no le vas a sacar nada.  Seguí llamando a ver si enganchamos algún pesado que diga que corría guita.  Dijo el Oficial.

La cofradía decidió que el próximo fuera un impresentable que vivía del escolazo.  Pero el escribiente, bien botón,  había quedado pegado con lo del maestro. Carita entró tranquilo;  total ya estaba acostumbrado.

–  ¿Che que pasa con el maestro?.

–  ¿Este muchacho?  nada que ver.  Entró a averiguar a que hora juega la Novena el Sábado contra Independiente.

–  ¿Y a que hora juegan?.  Me interesa, porque tengo un sobrino en Independiente y le prometí ir a verlo.

–  No sé,  pero si salgo,  en un rato te averiguo.

–  ¡Guardia!  Sale uno.

El próximo,   fue un inimputable:  el Negro Serenata.

–  Che Negro, vos ya caíste varias veces, decime algo y te dejo ir.  ¿A que hora juega la Novena?.

–  Yo de futbol no se nada , estaba escolazando.

–  Mirá que te guardo 72 horas.

– Poné lo que quieras Papá, total no me espera nadie en La Techada.

Siguieron las declaraciones y de acuerdo al guión previsto algunos quedaron, y la mayoría fueron saliendo;  entre ellos el Pelado, pero ya no salió como Pelado.  Había declarado en forma impecable, no dejó a nadie pegado y los rasgos tragicómicos de su exposición provocaron la risotada y levantaron el ánimo en la jaula.  La barra se lo reconoció y le adjudicó  un nuevo sobrenombre que perdura hasta hoy.

Dejando a Pugliese en su pedestal, conozco a muchos docentes que en el aula les dicen maestro, pero ninguno como el Pelado que desde ese día, en la lleca, en el café y en la cancha se lo nombra: El Maestro.

Pasaron algunos años, y como Banfield el único material de exportación de que dispone es elemento humano; un día El Maestro y un grupo de amigos deciden emigrar a la Patagonia y eligen como destino Cipolletti; anduvo dando algunas vueltas “como Fermín en el Hospicio”.  Hasta que se ligó un cargo en una escuela rural de dos aulas en un paraje de cien habitantes y treinta alumnos.

Todo iba bien, se ganaba la vida con lo suyo; incluso algunos decían que era el mejor, porque después de hacer veinte kilómetros. en un fitito color té con leche, cruzar el río en balza, abrir las puertas, hacer el desayuno para los pibes; después daba clase.  ¡Un Maestro!  Por supuesto, los vecinos  omitían decir que era el único personal de la Escuela.

Todo transcurría como el lento divagar del Limay cercano.  Hasta que un día, al Maestro le tocó dar examen.

Una mañana de Abril del 76, al llegar a su Escuelita se encontró con la puerta forzada y vidrios rotos; por la noche habían pasado unos tipos vestidos de verde en un camión.  Nunca se supo que buscaban; es mas, después de tantos años la mayoría de los argentinos, no lo sabemos,  e incluso no creemos que lo sepan ellos.

Pero el daño estaba hecho;  y en la Escuela no había un sope, así que ahí fue El Maestro a la Prensa y al Comando en Jefe del Ejército y la cosa trascendió.

No solo logró que los milicos no lo limpien y que le reparen los daños, sino que la Escuelita salió del anonimato y al tiempo le nombraron una maestra para que lo asista, cosa que lo iba a marcar para toda su vida ya que la nueva docente le presentó a su hermana y el tipo se topó con una chica de buenos colores y que quería vestirse de blanco.

Hicieron planes con la muchacha que suponían ingresar nuevos  recursos y se le presentó un currito que otros desechaban y a él “le cayó como para el anillo”: maestro en la U9, dirían los botones y los muchachos de la pesada; o sea la escuela primaria dentro de la cárcel de máxima seguridad de  Neuquén.  Suponía darles dos horas de clase por las tardes a la muchachada que no había terminado el primario y estaban tomando una temporada a la sombra por diversos motivos que no viene al caso especificar.

Se ligó un grupo numeroso de alumnos, de los cuales la mitad concurrían a clase para zafar de la jaula y pasar un rato tranquilos, así que el hombre organizó.

– Che, ustedes que no vienen a estudiar, vayan al fondo y hablen en voz baja, así puedo dar clase.

Por supuesto, se tomaban un recreo para realizar un plenario y hablar de cosas de la vida que  no vamos a contar porque todas las historias carcelarias, si bien algunas en principio provocan risas, todas, en el fondo son tristes como pájaro en jaula.

Pasaron los años y El Maestro por razones de necesidad y urgencia tuvo que abandonar la enseñanza y dedicarse a actividades más redituables.  Tres hijos lo ameritaban.

Un día, un amigo:  el Tano, lo solicita.

– Che, me acompañás hasta Roca que venden un estéreo, buena marca, nuevo y está barato.

Así que ahí fueron.  Pasillo de inquilinato con piecitas, hasta ubicar al oferente. Vieron la mercadería, arreglaron precio y cerraron la operación sin el más mínimo papel.  Al momento de irse, el vendedor increpó:

–  Maestro.  ¿Ud. no se acuerda de mi?.

Se produjo un silencio que suponía dos protagonistas y un tercero.

El Tano, que siempre fue ligero a punto de embocarse una mosca al vuelo, interpretó, leyó la jugada;  manoteó lo que había comprado y encaró la puerta.

–  Che, ustedes charlen tranquilos, yo espero en el auto.

Los protagonistas se semblantearon, se estudiaron, porque es natural que el tiempo nos vaya cambiando; hasta que el que antes fuera “el vendedor” peló del bolsillo de atrás del pantalón su billetera, la abrió y sacó una cartulina gastada;  si bien seguía choreando, la llevaba encima con orgullo.

–  Maestro, acá está su firma, Usted me dió el diploma de la Primaria.

Por supuesto que se reconocieron, se abrazaron, y es el día de hoy que se recuerdan.

Por eso que hoy todos debemos recordar no solo “al maestro con cariño” sino a todos  quienes se han dedicado a educarnos, y cuando digo todos, me refiero absolutamente a todos: desde el Ministro de Educación hasta el perro del Mingo Pacheco.

Y me retiro con una perlita.  Hace unos años mi hija mayor, la Bicho, alquilaba con una amiga una casita en un plan de viviendas de una ciudad patagónica.  A poco advirtieron que en la esquina había un poste con carteles indicadores del nombre de calles que por estar en un cruce normalmente indican el nombre de dos calles, pero uno de los carteles estaba en blanco, mas vale en azul.  O sea se trataba de una calle anónima por esas cuestiones del crecimiento vertiginoso de las ciudades patagónicas.

Las tipas armaron su estrategia, plotearon un adhesivo y la bautizaron: MAESTRO L. A. SPINETTA.

Es común en la Provincia bautizar una calle con el nombre de un docente.  Al principio, cacareó una flaca de la comisión barrial porque quería ponerle el nombre de un político, pero como es normal, después no hizo nada. Hace poco pasé por casualidad y después de diez años, El Flaco y su amiga “ojos de papel”, sin saberlo, tienen una calle que los conmemoran en vida.

“Y no hables más muchacha, corazón de tiza, cuando todo duerma, te robaré un color”.

Jorge “Mono” Cocconi
nicoco@speedy.com.ar