Tarsila y los vínculos directos a la tierra

Artista vanguardista de la América Latina de principios de siglo. Movió las telerañas en el continente y en la vieja Europa. Tarsila do Amaral, con pañuelo verde antes del verde.

“Abaporu”, parte de la colección permanente del Museo MALBA de Buenos Aires

“Quiero ser la pintora de mi país” dijo Tarsila do Amaral, y vaya si lo logró. Ella es la pintora brasileña más representativa de la primera fase del movimiento modernista brasileño.

Nació en 1886, en la ciudad de Capivari, interior de San Pablo. Hija de un agricultor pasó su infancia en la granja de su padre. Sus obras reflejan una gran diversidad de influencias. Representan paisajes de su país con una vegetación y fauna de vívidos colores, de formas geométricas y planas con influencias cubistas.

En 1916 comenzó sus estudios de arte en San Paulo y en 1920 los continuó en París, donde estudió con los pintores cubistas franceses André Lhote, Fernand Léger y Albert Gleizes.

Su excepcional obra, en la que el cubismo se mezcla con imágenes primitivas brasileñas explotando en vivos colores, unida a su elegancia e intensa personalidad, la han convertido en el principal estandarte del arte moderno brasileño; pero también en un icono popular, gracias a las películas y series de televisión que se han producido acerca de ella. Tarsila comienza su formación artística en San Pablo, completando sus estudios en Barcelona, durante el viaje realizado en 1902, y en la Academia Julian de París, donde pasa los dos primeros años de la década de los 20. Tras volver a su país natal, arranca el periodo más prolífico de su carrera artística

Celebró su primera exposición individual en la Galería Percier, de París en 1926 con una crítica muy favorable y en ella se pudo ver la que sería su obra más emblemática, La Negra (1923). A partir de entonces, sus obras adquieren fuertes características primitivistas y nativistas. Es característico de esta época su cuadro Abaporu, que sirvió de rostro al movimiento antropofágico.

La antropofagia era una obsesión de las vanguardias parisinas de la década de 1920, pero ella quería llevarlo por otro lado. Así nació así un estilo distintivamente nuevo y distintivamente de Brasil. Fue decisiva para el lugar que Do Amaral ocuparía en el imaginario colectivo de su país natal. Ya que el trabajo sugería que la cultura brasileña resurgía de la “digestión” de las influencias externas

De vuelta a Brasil se une la Anita Malfatti, Menotti del Picchia, Mário de Andrade y Oswald de Andrade, formando el llamado Grupo de los Cinco, que defiende las ideas de la Semana de Arte Moderno y se coloca al frente del movimiento modernista en el país.

En 1926 se casa con el escritor brasileño Oswald de Andrade, con quien vivió durante unos años, su relación contribuyó al intercambio de ideas entre artistas brasileños de vanguardia y escritores y artistas franceses, interesados en los orígenes africanos de su cultura y solía incorporar a su obra elementos afrobrasileños.

A finales de la década de 1920 comenzó a pintar una serie de paisajes brasileños de corte onírico influidos por el surrealismo francés. Tras un viaje a Moscú en 1931, incorporó aspectos del realismo socialista, estilo artístico oficial aprobado por el gobierno soviético en el que se representaba a obreros y campesinos en posturas monumentales y heroicas.

Luego retornó a sus temas iniciales, y pintó cuadros surrealistas de figuras alargadas en los que plasmó las brillantes tonalidades rosas y anaranjadas de la tierra brasileña.

En 1933, pasa a desarrollar una pintura más conectada a temas sociales, de la cual son ejemplos las telas Obreros y Segunda Clase.

Tarsila dedicó su vida a hablar de la tierra, de su tierra natal y es hoy, un ícono vivo de la cultura latinoamericana.