La policía también puede hacerlo

Esperé un rato para que me atendieran. Entre tanto, escuchaba una conversación del otro lado de la puerta: una mujer policía le contaba a un compañero los pormenores del caso de la maestra jardinera asesinada por sicarios enviados por su marido. No terminé de oír la historia porque el oficial de guardia me hizo pasar a su oficina para tomarme la denuncia. Para este relato, el caso que me llevó hasta la comisaría ofrece un detalle necesario, por eso le dedico el espacio mínimo indispensable. Va:

Tres hombres armados entraron a mi casa con toda la familia adentro sucediéndose gritos de terror de mi hija, situaciones de amenaza de muerte, acompañamiento a piso superior con cañón en mi nuca con el objeto de que entregue todo el dinero, pedido de socorro a viva voz por parte de mi suegra siendo apuntada con un arma de fuego y huida final de los malhechores con 200 pesos y un ticket de asiento numerado en platea preferenciasl baja San Martín para el show de Roger Waters del 7 de marzo en el estadio de River.

Las oficinas policiales suelen ser lugares limpios de adornos, fotos, afiches. Como decoración (quizás sea obligatorio) hay siempre alguna imagen de la Virgen de Luján. El concepto de limpieza solo se remite a lo despojadas que se ven las paredes, no al sentido vulgar de la palabra, como oposición  a suciedad . En particular, recuerdo haber compartido silla con una antigua feta de salchichón primavera mientras  me tomaban declaración en la comisaría 28 del barrio Barracas. Fue en 1997, después de flor de lío que se había armado en un centro cultural de la avenida Vélez Sarsfield donde tocaba un conocido mío, músicoterapeuta. Nada en las paredes, entonces; eso me dedicaba a advertir mientras el oficial (digámosle) Zubieta escribía y escribía en una notebook los detalles del robo que le acababa de relatar. Pero mientras escribía se las iba arreglando para hacer comentarios, preguntas sobre cómo había quedado la familia y dar algunos consejitos sobre temas de seguridad. Muy copado, Zubieta. “Leelo y fíjate si querés agregar algo más”, me dijo extendiéndome una hoja impresa con mi denuncia. “Bueno, en realidad hay algo que no te dije pero que quizás se pueda agregar, por las dudas sirva para algo”, le comenté.

Él no solo se mostró dispuesto sino que me sugirió que no deje pasar ningún detalle. “También se llevaron una entrada para un recital”, agregué. “Ah, ¿para qué recital?”, me preguntó con los dedos en el teclado. “Roger Waters”, aclaré. Zubieta levantó la mirada y me dijo “Uh, qué mal. En qué localidad, para qué fecha de las nueve que va a hacer?”, repreguntó. Sus dudas me invitaban a pensar que Zubieta conocía mínimamente la organización de un recital y registraba que Roger Waters daría nueve shows. Si bien esto último es de difusión pública por la resonante venta de entradas, lo cierto es que conozco mucha gente que no sabe quién es Waters y si en marzo toca en Buenos Aires, en Hong Kong o en el casamiento del tío Coco. Zubieta lo sabía y tiró otro centro que lo proyectaba como un conocedor de rock en un nivel mayor a cero: “The Wall no lo vas a ver otra vez en Buenos Aires, ya no va a volver a montar ese show, qué macana“, dijo en un lamento que percibí como sincero. Yo le aclaré que con mi mujer teníamos dos entradas (numeradas y consecutivas) para ese show y que el malhechor que me apuntaba a la cabeza metió la mano en un tarrito que yo le señalé y sacó de ahí la entrada, colada entre los 200 pesos. El otro ticket, su hermanito, digamos, quedó tirado en el piso, en soledad, augurando una butaca vacía o mal habida a su lado. Zubieta se volvió a lamentar, explícitamente: “La puta madre, qué pena, seguro que ni van al recital esos mierda”, dijo refiriéndose a los ladrones. Después de un breve silencio retomó el hilo: “A mí me gusta mucho la música”, dijo sin pudor en una actitud nada esperable para un policía (por lo menos, para lo que yo espero de un policía). Me mantuvo en vilo su confesión posiblemente rockera, fresca, nacida de la conmiseración hacia mi caso. ¿Qué le gustaría? ¿Algo pesadito? ¿Riff? ¿O más bien Zas? Zubieta tenía 40, así que podía tener en su haber lo mejor del rock: Zeppelin, The Who, Yes,  Talking Heads “¿Qué te gusta, Zubieta?”, gritaba para mis adentro, “decilo!”.

Zubieta fue tajante. “A mí el rock muy rock mucho no me gusta”, dijo como con cara de oler feo. Uh. Y llegó la confesión: “Yo pagué 450 pesos para ver a Madonna, me encanta. Siempre había querido verla y cuando me enteré de que venía acá me puse a ahorrar guita y me compré la entrada. Fue genial”. Sorprendente. Me dio algunos detalles del show mientras yo no podía dejar de imaginármelo coreando Like a virgin, así, vestido de policía e intentando, desprejuiciado, seguir la coreografía. La conversación terminó ahí. Firmé la denuncia con los detalles del ticket de Waters, le agradecí la atención y nos saludamos con un fuerte apretón de manos, muy fuerte de su parte. Volví al auto, encendí la radio y agarré Mariposa Pontiac, que ya casi terminaba.

Imagino un mundo

donde la policía tenga pegadas

en las paredes de las comisiarías

fotos de Madonna, de Bowie, de Charly

y hojas amarillas con letras de Bob Dylan.

(del poema “Amaría a la yuta”, autor anónimo)

 

Por Armando Doria

Publicado en lapiernademiabuela.wordpress.com