¡Demonios!

“Pero mi canción no es diabólica, solo habla de un chico que quiere tomar de la mano a una chica que le gusta”, le explica Dewey Cox a un pastor cuando, después del recital que dio en su escuela, todo el pueblo quiere lincharlo. Y el pastor le contesta: “Ah! ¿Sabés quién tiene manos? El demonio, ¡el demonio tiene manos para atraparnos!”. La poco recorrida comedia “La dura y larga vida de Dewey Cox”, protagonizada por John Railly, es la biografía de una estrella que atraviesa en su vida musical todos los subgéneros, y retrata de manera desopilante uno de los tantos prejuicios que le caben al rock: el satanismo.

Yo recibí educación religiosa durante muchos años y, por supuesto, me informaron en el momento preciso que el rock era peligroso porque inducía al mal y al satanismo. Tengo un recuerdo muy presente. Una chica más grande que yo, a la que veíamos como toda una autoridad en materia religiosa, entró al salón donde recibíamos parte de nuestras lecciones sobre el evangelio y sus accesorios. Entró llevando la bicicleta en una mano y una manzana enla otra. Saludóy alguien le espetó una pregunta antes de que pudiera sentarse; era acerca de Kiss, el tema ese momento.  “Es cierto que son satánicos y que hay discos de rock que si los escuchás al revés se pueden oír mensajes satánicos?”. “Un día vamos a hablar de eso, hay mucho para hablar”, dijo la chica, muy superada, prometiendo revelaciones. Por supuesto que me preocupé, si bien por ese entonces no escuchaba rock. Cuando llegué a casa, hice girar en sentido inverso un disco de Creendence tratando de identificar alguna cita satánica. No funcionó. Igual, no sabía inglés, así que era medio al pedo.

Pronto empecé a prestarle atención a tapas de revistas, videos, afiches, remeras y demás con la imaginería satánica del heavy metal y verdaderamente me hicieron asustar. El demonio estaba entre nosotros. Pasaron algunos años y se diluyó  aquel miedo a Alice Cooper. Más tarde conocí chicos y chicas que se vestían de negro, que tenía cruces, que se hacían los malos, otros que eran verdaderamente malos, peleadores, gente de cagarse mucho a piñas. La mayoría me daba la idea de que se tomaba todo eso muy en serio.

El rock y el diablo parecen tener mucho en común. Desde sus comienzos, el género fue asociado a los supuestos influjos del demonio, aquel ángel representante del mal en la teogonía cristiana. En la lista de “casos”, cuenta el mito cuasi fundacional del blusero Robert Johnson, de quien se dice que vendió su alma en una encrucijada de caminos de Mississippi con el fin de convertirse en el mejor guitarrista de la región (parece que no era tan ambicioso como pedir ser el mejor del mundo) Le sigue de cerca la supuesta vocación diabólica de Elvis, evidenciada en el censurable hecho de mover las caderas al cantar. También suma el afán ocultista de Jimmy Page, los supuestos mensajes satánicos en los discos de los Beatles, el título de algún disco de los Rolling, las tapas de Black Sabath, el makeup de Marilyn Manson, el amor por las aves de Ozzy Osbourne y un larguísimo etcétera que conduce a extremos como el Black Metal noruego.

En el ámbito local no hubo ni hay mucho loquito satánico, el metalero local se mantuvo y mantiene más bien “profano”. En cambio, sí hubo un par de temas que levantaron tangencialmente la cuestión diabólica. Y ya que dije un par, nombro solo dos: “Encuentro con el diablo”, de David Lebón , y “La balada del diablo y la muerte”, deLa renga. Elprimero, un rock juguetón y divertido con riffs melodiosos en tonos mayores; el segundo, un aire metálico, cansino y potente que termina contando un cuentito con moraleja.

Pero el hecho de que nunca hayan florecido bandas oscuras de metal o que ningún rocker nativo haya sido asociado a prácticas mefistofélicas, no impide que haya metaleros locales devotos de las artes oscuras. De hecho, tuve el enorme placer de conocer a algunos.

Un buen día, cuando trabaja en una oficina pública, mi jefe me encomendó que hiciera reacomodar dos mesas que estaban ubicadas en un salón. Para lograr el objetivo, pedí la colaboración del sector de apoyo general. Al buen rato llegaron dos flacos vestidos completamente de negro. “Hola, pá”, me dijo uno (el que hablaba), “¿qué hay que hacer?”, y se frotaba las manos, ansioso. Uno de ellos, el que no hablaba, llevaba al cuello cadenitas con cruces invertidas y otros símbolos que me resultaban irreconocibles, y una camisa negra con los botones desabrochados sobre un remera también negra. Era muy alto. Lo que yo necesitaba era llevar una de las mesas contra la pared y colocar la otra patas para arriba, sobrela primera. Lasmesas eran largas y bastante pesadas. Expliqué lo que necesitaba y se hizo un silencio incómodo en el lugar. El más petiso me miró bajando el mentón: “No, mirá, yo no puedo mover las mesas”. El alto, que no hablaba, lo miró al petiso y después me miró a mí, levantando un poco las cejas, con cara de “así es la vida, hay que joderse”. Pregunté por qué no podía mover las mesas, si acaso porque eran pesadas. “No es por estas mesas, yo no puedo mover ninguna mesa porque soy de religión satánica y para nosotros las mesas…  Son como sagradas… No se pueden mover, nosotros los de religión satánica no las podemos mover”. Me quería morir.

No sabía bien cómo seguir la conversación. “¿Y qué les parece que hacemos?”, les pregunté con respeto. “Mirá, es una religión más, pero es con el diablo, el demonio, ¿viste?”. El tipo se confesaba como miembro de una secta satánica ahí nomás, sin conocerme, nada, con cara de naipe, como si me estuviera diciendo que tenía que terminar de barrer. “Miren, muchachos, el tema es que yo tengo que mover estas mesas y no sé como lo voy hacer. Sí puedo empujar una hasta la pared, pero tengo que poner la otra encima y eso no voy a poder hacerlo solo”, les dije ya preocupado. “Mirá, pá, dejame que lo charle acá con el amigo y vemos qué se puede hacer”, ofreció el que hablaba. Mientras discutían en voz baja, yo empujaba una de las mesas contra la pared. “¿Vos sabés inglés?”, me preguntó el flaco. Le respondí que sabía un poco mientras empujaba la puta mesa, pesadísima. “Che, no voy a poder subir la otra mesa encima de esta, fíjense cómo pueden darme una mano”. El que no hablaba, habló: “Mirá, para nosotros las mesas… No podemos moverlas”. “Bueno, listo”, les dije, “dejemos esto acá, por qué no me mandan a alguien que me pueda ayudar?”. Silencio. “Mirá, pá, por ahí, si nos conseguís unos guantes podemos moverla, porque sería como no tocarlo con la piel de las manos”, me dijo dubitativo el más petiso, el que hablaba. No dudé y le di para adelante. Después de caminar media hora conseguí un solo par de guantes, se los puso el que no hablaba yla movimos. Tampocoera que el satánico este hacía demasiada fuerza y nos costó bastante girarla y subirla sobre la otra mesa. Mientras lo hacíamos, el que hablaba no paraba de hablar. “Por ahí vos que sabés inglés me podés ayudar porque quiero traducir unas letras de unos temas que están cantados con voz vomitada”.  Me sorprendió: “¿Vos vomitada? Me la puedo imaginar, aunque nunca la escuché”, comenté. “Sí, es así, escuchá”. Cantó una melodía indescifrable con un texto indescifrable, con voz… vomitada. En un momento cantaba tan forzadamente ronco que casi vomita literalmente. Le pedí que deje de cantar, que iba a hacerle mal. El que no hablaba le dijo al petiso que ya estaba listo el trabajo, que había que irse. Los saludé. El que hablaba se fue disculpándose por lo de la mesa y el alto se demoró unos segundos para comentarme algo. Me pidió que le oculte a su jefe que su compañero no había querido hacer el trabajo, que era un flaco muy bueno pero que le pegaba por la cosa demoníaca. Este tipo se dejaba afuera de la situación y hasta me había hecho buscar guantes por todos lados como un pelotudo! Se lo dije. Me aclaró que él también era satánico, pero más que nada por la música y que no se lo tomaba muy en serio, la puta que lo parió. Me tendió la mano, sela apreté. Llevabapuesto los guantes que le había conseguido prestado y que, por supuesto, debía devolver. Me dijo “nos vemos” y se llevó puesto el par de guantes.

A la semana, me crucé al alto, el que no hablaba. en un pasillo. “¿Qué hacés, che? Los guantes no te deben servir para tocar la viola, ¿no?”, le reproché con tono risueño. Me miró con ganas de matarme en sacrificio ritual y, sin que crucemos una sola palabra más, lo vi irse, con su remera negra de Iron Maiden, pensando que quizás esto del satanismo puede ser un buen pretexto para cuestiones más terrenales como el choreo.

Por Armando Doria.

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