Los fantasmas de Banfield

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Los fantasmas de Banfield caminan por la avenida Maipú. Lo juro. Y juro antes de continuar que éste no es un texto que deba leer quien espere una denuncia, un dato posta, revelador. Es un texto que, la verdad, no sirve para nada. A menos que usted confíe en mí y comprenda la importancia de saber que hay fantasmas que recorren la avenida Maipú por la noche, cuando la gente de Banfield duerme. Tipo “I see dead people”.

Maipú es la calle principal de lo que hasta hace no más de 50 años era un pueblecito nacido en el siglo XIX a un costado del muy british Ferrocarril del Sud, que pasó más tarde a convertirse en el desquiciado Ferrocarril Roca durante la industrialización y estatización de los años 50.

Viví más de veinte años en Banfield y digo con apego a la verdad que de fantasmas, nada, ni uno un poco traslúcido ni otro apenas blancuzco. Después de mucho tiempo volví a caminar esas calles; paré frente a la casa, o lo que quedó de ella, que supo habitar en los años 20 Julio Cortázar, en Rodríguez Peña 585, y le eché una mirada larga. ¿En este lugar ya habría garabateado “Instrucciones para subir una escalera”? No, me dije, por los años, imposible. Pasé también por la de mi primer médico en el pueblo, el doctor Oscar Alende, un viejo que me parece que siempre fue viejo pero inquebrantable, maravilloso en lo personal y en lo político. Vivía en Maipú al 200, en diagonal a la pizzería Juancito, donde el mozo Carlitos todavía debe reunir buenas propinas: 40 años bandeja en mano. Y frente a La Mascota, donde mi padre me compró el primer traje con chaleco para ir a un cumpleaños de quince. Después rumbeé a la casa de Sandro –el único célebre que vive en Banfield: esto es, vive con vida pero dentro de una casa amurallada para frenar la pasión de tanta veterana hipnotizada–. No era así lo que sucedía con las naifas que dicen (dicen, ojo) que recibía a pocas cuadras de allí el recio Julio Sosa, el mayor cantor de tangos que hubo en la Argentina, el más viril, un macho de gomina y mano derecha en el bolsillo del ambo. Pobre, se mató en un choque, explican que era muy pistero.

Como les contaba, viví allí, en Maipú y Melo. Le llevaba 10 años a esa piba morocha y vistosa que ¡ya había leído más libros que yo! (que era todo un universitario: peronista, zurdo, nacional, popular y rockero. Mezcla rara, ¿no?) Ella vivía en Campos y Chacabuco. Justo en esa esquina yo me paraba horas, en la esquina no más (porque no había un mísero bar por ahí) a discutir las primeras lecturas políticas con mis amigos, que también eran un poco raros para la medida de los tiempos, mezcla de músicos y poetas e intelectuales cuando la mayoría estaba en la “bobada”. Les hablo del año 1974. Como sea, nunca nos ocupamos de los fantasmas de Banfield, lo ignorábamos. Pero con los años diluviados sobre nuestras espaldas fuimos encontrándolos casi sin querer. Y ellos a nosotros, como verán.

Intuía que la piba que veía pasar con libros en la mano sería con los años escritora o periodista: y lo consiguió, ambas cosas: licenciada en letras, políglota, de un humor exquisito. Con las vueltas de la vida, ya en la misma profesión ambos, me confesó:

taladro–¿Sabés algo, algo muy loco? Cortázar habla con Pepe Biondi (otro ilustre de Banfield enterrado en el cementerio de Lanús, a un paso) y con Gerardo Masana (oriundo del mismo pueblo, fundador de Les Luthiers). Hablan sobre el país y esta patria chica. Hasta corso había en Banfield. Caminan por Maipú y discuten con pasión. Sólo hay que saber escucharlos. A veces se encuentran con el viejo Alende y Julio Sosa.

–Dejá de tomar eso que tomás –le respondí incluso con desdén, y me fui a ver a mi amigo Carly, que vive a media cuadra de donde vivía Cortázar. “Es cierto”, me dijo y me desafió.

–Es verdad, sólo tenés que hacer el esfuerzo, tipo E.T. phone home –remató él, mi mejor amigo. O sea: yo empezaba a creer.

Una noche de estas terribles noches de verano, de lunas llenas y calientes, pasé por calle Maipú, poco antes del amanecer. Caminé con mi amiga y Carly desde Alsina hasta Campos. Nada. O casi nada, porque algunas cosillas se escuchaban. Como éstas:

–El problema, querido Oscar, sigue siendo el mismo: sólo el socialismo puede resolver el dilema argentino. La casa sigue tomada. Ahora lo podríamos llamar populismo K.

–Mi estimado Julio –pareció responder Alende–: la contradicción es liberación o dependencia. Creo que usted sigue siendo un gorila.

–Patapúfete –largó Bondi.

–Gorilas hay muchos entre los tangueros, che –apuntó Sosa. Salvo Discepolín, claro.

–El único que puede con esto es el maestro Mastropiero–aportó Masana.

Fue lo poco que alcancé a escuchar entre el coro de grillos y chicharras. Pero prometo volver por más.

Esta nota pertenece a D. Capalbo publicada por Critica de la Argentina el 26 de enero de 2009. Ver link.
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