Alfred y los sospechosos

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La familia de MOEV se agranda semana a semana. Hoy se suma al equipo Julián Yambe, estudiante de Letras y especialista en Cine. Julián nos acercará mensualmente al universo del séptimo arte con comentarios sobre directores y sus obras destacadas.  Para inaugurar su columna, hoy nos hablará del Maestro del suspenso, Alfred Hitchcock. Bienvenido Julián…

Cuando posé los dedos sobre el teclado de la computadora me encontraba con la tarea de escribir ésta, la primera nota, la nota que inauguraría esta columna, y pensé que tendría que ser interesante ya que los comienzos son importantísimos. Sin embargo, no encontraba tema sobre el cual escribir. “Los comienzos son importantísimos” insistía mi pensamiento. Son significativos los comienzos de una pareja de amantes (“la primera impresión es lo que cuenta” decía una publicidad), la manera en que uno comienza el día (“hoy me levanté con el pie izquierdo” decimos cuando tenemos un día funesto); la forma en que una película comienza no es menos importante y, casi con sorpresa, me di cuenta que había encontrado el tema de esta nota: una anécdota que afecta a Alfred Hitchcock, a una película norteamericana y a mí mismo como cinéfilo.   

En la celebérrima entrevista que François Truffaut le realizó a Alfred Hitchcock en 1962 [1] encontramos las siguientes palabras del director inglés: “¿Por qué es imposible rodar esta historia? Porque tiene un comienzo demasiado fuerte.”[2] Hitchcock comprendía que un comienzo demasiado potente inhibía el posterior desarrollo de cualquier historia. Pero, ¿en qué consistía aquel comienzo imposibilitante? Es el mismo Hitchcock, en la misma entrevista, el que nos lo cuenta:

Se descubrió un navío en plena navegación en el Atlántico. No hay ningún hombre a bordo, ninguna huella… el mar está en calma. Un grupo de personas suben al barco y comprueban que las lanchas de salvamento han desaparecido, que las calderas están todavía calientes, encuentran restos de una comida reciente, pero ningún signo de vida. [3]

El director de Vértigo juzgaba que después de un comienzo como ese (“demasiado fuerte”) nada de lo que se viera en pantalla podría estar a la altura de aquel comienzo.

Treinta y tres años después de las declaraciones de Hitchcock, Brian Singer dirige Los sospechosos de siempre, película que comienza con una escena similar a la relatada por el director inglés. El comienzo de la película es, en verdad, el comienzo del relato de un “cuento” que narra el personaje interpretado por Kevin Spacey, personaje que, significativamente, se llama Verbal. Asistimos, entonces, a un relato dentro de otro[4] (el relato de Verbal dentro del relato de la película), asistimos a la ficción dentro de la ficción.

Mediante el uso de flashbacks y flashfowards, Verbal va construyendo el relato de una historia (las peripecias de un grupo de delincuentes) que se enmarca en la historia del filme (la detención, el interrogatorio y posterior liberación de Verbal).

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Aquel comienzo “demasiado fuerte” de la película es superado por un final más fuerte aún que resignifica la historia narrada por Verbal ante el detective Kujan y, lo que es todavía más importante, resignifica también la historia narrada por Singer en Los sospechosos de siempre. El poderoso final de la película plantea el problema del contenido de verdad de lo que aparece en pantalla ante nuestros ojos, del contenido de verdad del arte cinematográfico y, por extensión, del arte todo.

Los sospechosos de siempre se anima al desafío narrativo que propone un fuerte comienzo y sale triunfante gracias a una construcción del relato monumental que decanta en un poderoso final.

Más allá de los cinco personajes protagónicos de la película de Singer, lo que es realmente sospechoso es el comentario de Hitchcock, que para 1962 ya había dirigido La soga, La ventana indiscreta, Vértigo, Psicosis. No nos queda más que creer que seguramente “Hitch” estaba bromista ese día. 

 Por Julián Yambe
[1] Me refiero, naturalmente, a El cine según Hitchcock, libro que supuso una reivindicación del cine hitchcockiano por parte de los muchachos de “Cahiers du Cinéma”.
[2] Truffaut, François, El cine según Hitchcock, Madrid, Alianza Editorial, 1974 (1999), (traducción española de Ramón G. Redondo), p. 235.
[3] Truffaut, François, Op. Cit., p. 234.
[4] A la mejor manera de Las mil noches y una noche.