miércoles, 16 de diciembre de 2020 - 21:00

El Diego: La Tristeza Infinita

No es fácil describir lo que se siente cuando uno tiene el alma partida y el corazón destrozado. Después de los interminables homenajes y de las lágrimas derramadas, recién puedo tratar de hilar algunos párrafos para sacar las palabras más difíciles y sentidas que me han tocado escribir en estos últimos tiempos.
Por Rodolfo Morel

¿Qué más se podría aportar para describir al Diego? El pibe de oro que tiene un nombre propio tan fuerte que no se necesita pronunciar su apellido, el barrilete cósmico que logró que el mundo hablara de los potreros de Villa Fiorito, el que se enfrentó a los poderosos levantando la bandera de los indefensos, el que tiraba firuletes y frases memorables a cada paso, el más argentino de los argentinos.

Ese humilde e inquieto niño de cabello enrulado, se vio obligado a crecer a la fuerza para poder llevar el pan a su casa. Dejó de ser “Pelusa” y la vida lo fue llevando rápidamente a recorrer los lugares más insospechados para compartir los lujos más extremos, pero siempre volvía a caminar un rato por el barrio para codearse con los amigos de siempre.

Tuvo (maldito pretérito) más de veinte vidas en una y las caminó muy rápido, tal vez intuyendo que partiría temprano. Se divirtió, ganó, chocó, engordó, gozó, se tiñó un mechón, volcó, perdió, se equivocó y pagó, se recuperó, adelgazó, volvió mejor, pero nunca manchó la pelota. Nos arrancó infinitas sonrisas y numerosos llantos, mil veces nos puso la piel de gallina, levantamos juntos en tierras aztecas esa tan deseada copa del mundo, festejamos un gol con la mano hasta el hartazgo, insultó en la cara a los que silbaron nuestro himno, pero siempre fue él, irrepetible.

“El fútbol te da vida” le dijo el año pasado al querido Julio César. Y tenía razón. En sus recorridas por todos los estadios del país, solo vivió rodeado del amor incondicional que le brindó la pelota. En todas las canchas recibió las ofrendas y las merecidas muestras de afecto que tanto necesitaba.

Hace un tiempo cruzamos algunas palabras pero lo sentía como de la familia porque nos protegía a todos. Hoy quedé desamparado, como muchos. Paso los días tratando de ignorar a los perfectos que se animan a juzgarlo y a los que dicen que está muer…, cuando el Diego está más vivo que nunca.

Gracias por jugar a la pelota Diego. Seguí peleándote con Garrafa por la 10 del Cielo. No estoy preparado aún para vivir en un mundo sin vos. Creeme que me cortaron las piernas maestro.