jueves, 04 de julio de 2019 - 09:00

Códigos en verde y blanco

Una historia de vida de un hincha banfileño desaparecido en la última dictadura y que sale a la luz gracias al trabajo de la Coordinadora Derechos Humanos del Fútbol Argentino. Sin desperdicio.
Por Coordinadora de DDHH Fútbol Argentino. Boby Matthews supo a los 10 años, y en cancha ajena, lo que era aguantar piedrazos de visitante. En el escalón de arriba de todo, su hermano Oscar –al cabo, responsable de esa visita a Independiente- trataba de cubrirlo con su cuerpo. Oscar tenía apenas 4 años más que Boby y ya había recibido los retos de mamá Trinidad por llevar “al chico” a la cancha a ver a su querido Banfield. La chance de que, además, volviera golpeado podía empeorar todo.

Eso fue cuando Roberto Jorge Matthews Aragú, Boby, tenía 10 años. Después vendrían sus años de estudiante aplicado, de adolescente estudioso. Y de fondista que se entrenaba en el parque de Lomas de Zamora.

Oscar y Boby habían abrazado la camiseta de Banfield como se abrazan esas causas: por mandato de un tío-abuelo campeón con la albiverde en 1920, por orden de un padre fana, por lugar de nacimiento, por el barrio, por los amigos. De familia inglesa por parte de padre, el apodo de Boby vino puesto desde siempre.

Oscar logró que Boby no lo siguiera en eso de fumar, pero sí favoreció su militancia, como la propia, en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). El hermano mayor estaba preso en el penal de Rawson cuando a Boby lo detuvieron en una casa de Villa Luzuriaga.

Fue en septiembre de 1974, 18 meses antes del inicio de la dictadura, pero tiempos en los que la Triple A se movía con notorias comodidades. Boby era uno de los responsables de la propaganda del partido en la zona sur del conurbano y había ido en su Rastrojero a la casa de un compañero a limpiarlo. Pero la casa ya estaba copada por la policía y, aunque se supo quién manejaba el patrullero, quién era el comisario y quién se llevó el Rastrojero, la causa jamás avanzó.

Apenas se conoció que Boby estuvo primero en la comisaría de Villa Luzuriaga, y después en la Brigada de Investigaciones de San Justo. Y nada más. Nunca más nada. Su tarea en el PRT había hecho que una imprenta de Córdoba llevara su nombre. Para entonces ya había formado una familia con Alicia Bello –luego también detenida-, con quien tuvo a Diego, que, claro, recibió ya de bebé regalos en verde y blanco.

Cuando la policía detuvo a su mamá, Diego fue llevado a la casa de sus abuelos maternos. Alicia quedó libre recién en septiembre de 1982.

Diego había sido anotado solo con el apellido materno, porque Boby ya cargaba con alguna detención anterior y sus padres buscaron protegerlo. Pero en 1987 hizo los trámites para llevar también el apellido Matthews y dio una muestra de sangre al Banco de Datos Genéticos, a la espera de que alguna vez pudieran identificarse los restos de su papá.

Ni los esfuerzos de Alicia ni los de Trinidad y Harold –los padres de Boby- ni los de su hermano Oscar alcanzaron para saber la suerte final de Boby. Y el PRT le puso después su nombre a una imprenta partidaria de Córdoba.

Algunos años antes de su secuestro, cuando Banfield había armado eso que en las tribunas suele llamarse equipazo, en 1962, Boby fue uno de los que rompió el carnet de socio en una suerte de ritual/código de amigos, disgustados todos porque tras el ascenso el club vendió a varias de sus figuras. Fue también por esa cuestión de códigos que cayó, en busca de salvar a un compañero que era delegado en la fábrica Mercedes Benz. Códigos en verde y blanco, obvio.