De Coordinadora DD.HH del Fútbol Argentino. Alicia lo tendrá en su memoria por el resto de su vida. Una tarde de verano golpearon las palmas en la puerta de su casa. Era un pibe con unos botines en su mano: “Tome, señora: estos botines le pertenecen. Me los regaló Lautaro hace unos meses porque yo no tenía un par para jugar”. Alicia, shockeada, pensó bien su respuesta y le contestó: “Te agradezco un montón el gesto pero no te los voy a aceptar. Si mi hijo te los regaló, por algo fue”.
Así era Lautaro Bugatto, un joven solidario y luchador que quería cumplir el sueño de llegar a la primera de Banfield. Claro, ya había jugado algunos partidos en la primera de Sarmiento de Junín y hasta había completado un torneo entero en Tristán Suárez, donde se dio el lujo de marcar un gol. Pero él quería pisar el verde césped del Florencio Sola, rodeado de hinchas del Taladro.
Lautaro había nacido en 1991 y, quizás, nunca en su vida había oído hablar de León “Toto” Zimerman, el abogado que por primera vez utilizó el término “gatillo fácil” para referirse a los asesinatos cometido por las fuerzas represivas del Estado en los que las víctimas, al momento de su muerte, no representaban un peligro ni para la vida del autor del crimen ni para terceros. Zimerman lo había expresado en el marco de la Masacre de Ingeniero Budge, ocurrida el 8 de mayo de 1987. Así como hay coincidencia en que aquella masacre no fue el primer caso de “gatillo fácil”, el dato más terrible (y en el que también hay coincidencia) es que mucho menos iba a ser el último. Y es que las políticas de "gatillo fácil" responden, entre otros motivos, a la falta de desmantelamiento del aparato represivo del Estado que operó durante la última dictadura cívico-militar. Desde el regreso de la democracia hacia finales de 1983, algunos dispositivos represivos se siguieron utilizando según las necesidades coyunturales.
Lautaro fue víctima de esa penosa herencia genocida: tenía 21 años, repletos de gambetas y sueños, cuando el policía bonaerense David Benítez se los arrebató de un balazo que le entró por la espalda y terminó en su corazón.
Ocurrió en la madrugada del 6 de mayo del 2012 en el cruce de la avenida Monteverde y la calle Pedro Goyena, en Burzaco. Lautaro se preparaba para ir a bailar con sus dos primos, Rodrigo y Jonathan, y un amigo, Pablo. Estaban en la puerta de su casa esperando para salir cuando Benítez abrió fuego contra dos personas que supuestamente intentaban robarle la moto a su hija. Les disparó a mansalva mientras huían, sin importarle la vida de nadie. Una de esas balas le impactó a Lautaro y lo mató antes de que llegara al hospital.
"El 5 de mayo me habían llamado de Banfield para avisarme que mi hermano iba a ser tenido en cuenta por el cuerpo técnico. En 10 días iba a debutar en la primera del Taladro. No se lo pude contar porque preferí decírselo personalmente. Quería pegarle un buen abrazo”, comenta con los ojos llenos de lágrimas Gonzalo Bugatto, su hermano. “Todo lo que estaba por fuera del fútbol no le importaba. Dedicó sus 21 años a la redonda. Tenía una tenacidad y un nivel de dedicación que me sorprendía. Lo admiraba mucho porque cuando se proponía algo lo alcanzaba”, agrega con emoción.
Tal es así que, en 2009, en el partido de reserva entre Banfield y San Lorenzo, Lautaro armó una jugada fantástica. Recuperó la pelota en su campo, se sacó de encima a 2 rivales y metió un cambio de frente de más de 50 metros para que el volante por afuera del Taladro la parara de pecho y definiera por encima del arquero. Todos lo aplaudieron, entre ellos, Sergio “El Checho” Batista, que estaba viendo el partido y preparando el equipo para ir a disputar un torneo en Maldonado, Uruguay, con la Sub 20 de la Argentina.
“Hiciste una jugada re copada Lauti. Acordate de que el Checho te va a llamar”, le comentó Gonzalo tras el pitazo final. “No seas gil, la jugada no fue tan linda. No creo que me llame”, le replicó Lautaro agotado luego del encuentro contra el Cuervo. El martes siguiente Batista lo llamó para que se sume al plantel que iba a viajar al país oriental. “’¿A qué no sabes quién me llamó?’, me dijo; y yo, con una sonrisa en la cara, le respondí: ‘El Checho’”, apunta Gonzalo. Ese día los hermanos se fundieron en un abrazo fraternal.
A pesar de que durante el juicio hubo intentos de manipulación en las pruebas, la verdad salió a la luz y se hizo algo de justicia: David Ramón Benítez fue condenado a 14 años de prisión efectiva por el homicidio de Lautaro Bugatto. Pero la lucha continúa. Por un lado, porque la condena aún no quedó firme y, por el otro, porque las políticas de “gatillo fácil” están hoy en día más firmes que nunca, ya que, si bien desde 1983 a la fecha siempre se registraron casos, jamás los índices de víctimas han sido tan altos como en los últimos tiempos.
Pero Lautaro sigue estando presente en la memoria de sus seres queridos y también en la gente de su querido Banfield, que, cada vez que va a un partido, se topa con su imagen grabada en una de las esquinas del estadio. Esa imagen que lo recuerda con la redonda en los pies y, como aquella tarde frente a San Lorenzo, armando una jugada fantástica. Recuperando la memoria, metiéndonos un cambio de frente de más de 50 metros en busca de la verdad, para que todos y todas la paremos de pecho y definamos por encima de la impunidad, en busca de justicia.