miércoles, 02 de diciembre de 2009 - 12:00

Las enseñanzas del abuelo

Federico estaba tomando la merienda. La tarea del colegio había llegado a su fin. El abuelo Antonio entró a la cocina, y vio a su nieto. Fue como remontarse a su niñez, a las tardes de cocina a leña, viendo como su papá tomaba mate y hablaban de Banfield. Héctor, hijo de Antonio y papá de Fede, no tenía mucho tiempo para charlar con el chico. Entonces el abuelo sintió la necesidad de hablar con el niño. “Te noto extraño, ¿pasa algo?” dijo Antonio. “No, nada pasa. Bah, en realidad sí, los culones de los rosarinos nos pasaron”. “¿Y?, no me digas que vas a aflojar”, dijo el abuelo, y agregó: “Cuando vamos a la cancha con tu papá, te veo a vos y me veo a mi, cuando mi viejo me llevaba en la década del 40. Iba con alegría, era el paseo semanal. Con mucho esfuerzo íbamos a todos lados. Como lo hacemos ahora. Recuerdo un torneo, nos habían sacado un montón de puntos. Llegamos a la última fecha y le teníamos que ganar a Central para evitar el descenso. Llovía mucho y la cancha era un barrial. Lo que parecía imposible se dio. Ganamos 4 – 2. En ese equipo jugaba el Negro Silvera, que era uruguayo y goleador, como Silva. Yo lo adoraba, como te pasa a vos ahora con el Pelado. No nos dimos por vencidos, y logramos el objetivo, por más complicado que parecía en un principio”. Hubo un silencio. Y Antonio siguió: “estos torneos tienen 19 partidos, y los partidos duran 90 minutos más lo que adicione el juez. Entonces no hay que contar los huevos antes de que la gallina los ponga. Falta mucho para eso”.\n\nFede, ya alejado de la taza y las galletitas, dijo “entonces vos me decís que se puede, que los vamos a pasar”. “Si pichón, hay que ponerle el pecho, tomar fuerzas, solo retrocedimos un pasito para tomar impulso”, y se abrazaron.\n\nPara el final, Antonio, emocionado, sacó algo del bolsillo de su camisa. “Mirá lo que tengo acá”, dijo. “¡Las entradas!” grito Fede. “Si, las mismas. Hoy fui a sacarlas a la cancha. Había mucha gente, mucha ilusión, mucha confianza. Ya arreglé con tu papá. Mañana viernes, luego de la escuela, te venís para acá, almorzamos tranqui, y salimos para Capital. Lo vamos a buscar a tu papá al laburo, seguro vamos a tomar algo por ahí, y a la cancha, a gritar, a alentar y a emocionarnos. ¿Querés?”. Esa última pregunta estuvo de más. Otro abrazo cerró el trato entre el abuelo y el nieto. Dos generaciones separadas por un abismo, pero unidas por Banfield.